Ambos (el anterior que sufrieron y este que estan por hacerlo) se desprenden de un trabajo presentado en el #XICongresoSAAP bajo el nombre "Reconstructing the building. Volatilidad, competitividad electoral e institucionalización de sistemas de partidos en América Latina".
Competitividad
y volatilidad electoral en Brasil y Venezuela. Un aporte al estudio de la
(des)institucionalización de sistemas de partidos.
Facundo
Cruz (CONICET-UBA-USAL)[1]
El estudio de la
(des)institucionalización de los sistemas partidarios latinoamericanos hizo pie
con fuerza a mediados y finales de los ’90 con una serie de estudios que
marcaron una interesante agenda de investigación. Desde el trabajo seminal de
Mainwaring y Scully (1995) se dio inicio a una serie de trabajos que ampliaron y
profundizaron el estudio de los sistemas partidarios en las democracias menos
desarrolladas (Randall y Svåsand,
2002; Mainwaring y Torcal, 2005; Payne, 2006;
Mainwaring y Zoco, 2007; Basedau y Stroh, 2008; Campello, 2008; Luna, 2009).
Sin embargo, es escaso el
consenso alcanzado en torno a qué es, qué no es y cómo medir un sistema
partidario (des)institucionalizado. Ahí es donde queremos inmiscuirnos. En ese
lío.
En estas líneas intentaremos
hacerlo tomando como caso de estudio dos sistemas partidarios que merecen
atención en detalle: Brasil y Venezuela. Ambos países representaron para
Mainwaring y Scully (op. cit.) casos
contrapuestos: mientras que los venezolanos expresaban un sistema consolidado,
sólido y con una alta institucionalización, los brasileros se acercaban más al
modelo desinstitucionalizado, marcadamente volátil y con una fuerte
inestabilidad partidaria. Hoy en día han invertido sus roles.
Para estudiarlos planteamos
la necesidad de analizar tanto la volatilidad como la competitividad electoral
de ambos sistemas. Desde Pedersen (1983), la volatilidad electoral ha sido una
medida comúnmente utilizada para medir la estabilidad de los sistemas partidarios
en numerosos países. Pero, ¿por qué estudiar la competitividad? Básicamente
porque puede ocurrir que en un escenario con oficialismos fuertes 1) mientras
menos competitivo se torne el sistema de partidos, menor el incentivo para que
los dirigentes partidarios de partidos opositores se presenten con la misma
etiqueta elección tras elección, generando que 2) amplias porciones del
electorado puedan quedar sin representación “competitiva” por los principales
cargos en juego y 3) pudiendo incidir en los niveles de volatilidad electoral.
Aquí no se pretende
encontrar relación causal entre competitividad y volatilidad. Pero a futuro por
ahí nos animemos. Por ahora será explorado.
Volátiles
o estables
Resulta interesante analizar
las variaciones en la volatilidad electoral[2] en ambos países desde el
retorno a la democracia, tanto para elecciones presidenciales como legislativas
(Cámara de Diputados)[3]. Observemos primero los
Gráficos N° 1 y 2.
Gráfico N° 1. Volatilidad electoral para Presidente y
Cámara de Diputados en Brasil (1986-2006).
Fuente: elaboración propia en
base a Inter-Parliamentary Union -IPU- Parline Database y Base de Datos
Políticos de las Américas de Georgetown.
Gráfico N° 2. Volatilidad electoral para Presidente y
Cámara de Diputados en Venezuela (1973-2013).
Fuente: elaboración propia en base a Kornblith y
Levine (1995) y Base de Datos Políticos de las Américas de Georgetown.
Comencemos con el caso
brasilero. Como bien se mencionó anteriormente, Brasil se encontraba entre los
sistemas partidarios volátiles y, consecuentemente, con una marcada
inestabilidad: esto fue particularmente notable a comienzos de la década de los
’90, como bien se desprende del Gráfico N° 1. Las primeras elecciones
presidenciales muestran saltos importantes en la volatilidad electoral: casi 4
de cada 5 electores brasileros cambiaron de partido político en la competencia
por la primera magistratura. La competencia legislativa fue menos cambiante (30-40%
de los votos cambiaron sus preferencias partidarias), pero igualmente llevó a
que Mainwaring y Scully considerarán a Brasil como uno de los países
latinoamericanos más inestables en términos electorales.
A mediados de los ’90, sin
embargo, el sistema partidario brasilero comenzó a estabilizarse con una
volatilidad media cercana al 20%, valor en torno al cual se encuentra desde las
últimas elecciones celebradas. Es particularmente importante destacar que la
reducción más marcada de la volatilidad se percibe en el análisis de los cargos
legislativos, lo cual podría estar asociado a la presencia de una multiplicidad
de partidos políticos con representación en la cámara (Meneguello, 2013). Por
otro lado, la dinámica de coaliciones para la presentación de candidaturas
presidenciales (Power, 2009) y el calendario electoral concurrente para ambos
cargos permite considerar que los cambios en las tendencias de la volatilidad
electoral para ambos cargos en juego es simultánea.
Venezuela es el contrapunto
perfecto. Hacia finales de la década del ’80 el país caribeño se caracterizaba
por tener uno de los sistemas de partidos más estables y menos volátiles de
toda América Latina (Kornblith y Levine, 1995). En los primeros años de los
’90, impulsado especialmente por la competencia por el cargo presidencial, se
disparó la volatilidad electoral hasta rozar el 100% para el máximo cargo en
juego, con una volatilidad media rondando el 70%. Es decir que 2 de cada 3
electores cambiaron de partido político en elecciones consecutivas. En la
segunda mitad de la misma década la volatilidad (tanto legislativa como
presidencial) bajó hasta el 40%, valor donde se ubicó hasta las elecciones más
recientes. Más allá de esta reducción, los niveles indicados siguen siendo elevados
para lo que estaban acostumbrados los partidos políticos venezolanos. Los
cambios mencionados coinciden con el período de auge y consolidación de Hugo
Chávez y el Movimiento V República (reconvertido posteriormente al Partido
Socialista Único de Venezuela-PSUV).
Cabe destacar, por último,
que la marcada caída de la volatilidad presidencial en la última elección se
debe a la estabilidad en los competidores por el máximo cargo en juego: en un
polo, el oficialista PSUV y sus aliados, y, en el otro, diversos partidos de
oposición unidos en la coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD), nucleados en
torno a la figura de Enrique Capriles. Si en futuras elecciones ambos actores
mantienen sus etiquetas partidarias, entonces podríamos esperar que la volatilidad
electoral se mantenga en niveles bajos y más cerca de los valores que
caracterizaron a Venezuela hace 30 años.
¿Son
competitivos? El poder de los oficialismos
La competitividad electoral[4] es otro indicador que nos
permite comprender cambios y continuidades en los sistemas partidarios, al
igual que establecer algunos puntos de contacto con la volatilidad electoral.
Nuevamente el contrapunto entre ambos países es interesante.
Gráfico N° 3. Competitividad electoral para Presidente y
Cámara de Diputados en Brasil (1986-2010).
Fuente:
elaboración propia en base a Inter-Parliamentary Union -IPU- Parline Database y
Base de Datos Políticos de las Américas de Georgetown.
Brasil, al igual que en el
apartado anterior, vuelve a mostrar elementos interesantes de análisis.
Primero, durante todo el período la competitividad media tuvo una marcada
tendencia a la baja, pasando desde el 15% a mediados de los ’90 hasta el 5/10%
en las últimas elecciones. Si tomamos en cuenta esta medida, podemos afirmar
que el sistema partidario brasilero es altamente competitivo. Segundo, podemos
destacar algunas diferencias si separamos la elección presidencial de la
legislativa. En lo que respecta a la primera, se pueden mencionar tres momentos
que alternan competitividad y no competitividad para el cargo presidencial, con
picos que superan los 25 puntos de diferencia entre el partido político que
salió primero y el que salió segundo. En cuanto a la segunda, a comienzos de
los ’90 se produjo un importante aumento de la competitividad electoral por las
bancas del congreso. Del Gráfico N° 3 se desprende que la diferencia entre el
primer lugar y el segundo en la competencia por las bancas legislativas se
mantuvo por debajo del 5% durante casi todo el período analizado.
Esta situación, tal como
mencionamos anteriormente, se potenció aún más por una mayor cantidad de
partidos políticos competidores (reflejadas en el aumento sostenido del Número
Efectivo de Partidos -NEP-) (Meneguello, op.
cit.), lo cual generó incentivos suficientes para que se conformaran
coaliciones electorales y legislativas amplias para sostener a los presidentes
de turno (Pereira y Mueller, 2002; Limongi, 2006; Power, 2009).
Gráfico
N° 4.
Competitividad electoral para Presidente y Cámara de Diputados en Venezuela
(1973-2013).
Fuente:
elaboración propia en base a Kornblith y Levine (1995) y Base de Datos
Políticos de las Américas de Georgetown.
Venezuela, en cambio,
muestra un comportamiento mucho más cambiante. El país caribeño muestra
alternancias entre momentos donde es muy baja la competencia por los cargos en
juego (1983, 1998 y 2000 en adelante) y otros donde es marcadamente alta (1973,
1978 y 1993). En otras palabras: a diferencia de Brasil, Venezuela se asemeja
más a un “sube y baja”. Los saltos de 1978 a 1983 (2 al 28%) y de 1998 a
2000-2005[5] (8 al 60%) son característicos
de este fenómeno.
Por otro lado, el
surgimiento, aparición y consolidación de Hugo Chávez como figura política predominante
marca el inicio de un proceso de reducción en la competitividad electoral a
partir de su primera victoria electoral (año 1998). Este fenómeno político se
asemeja a otros casos de populismos latinoamericanos, como los ocurridos en
Perú (Fujimori) y Ecuador (Correa): los tres casos se caracterizan por aumentos
importantes en la brecha de votos entre el oficialismo y los candidatos
opositores. Esto nos lleva a preguntarnos en qué medida los liderazgos fuertes
y personalistas pueden tener efectos negativos sobre la competencia política,
al ampliar la brecha entre los competidores por los principales cargos en juego
una vez que acceden al gobierno.
Otro hito que debemos
destacar radica en la elección de 1993. Mientras que, como bien analizamos en
el apartado anterior, la misma marca el inicio del aumento de la volatilidad
electoral en el país caribeño (Gráfico N° 2), los cambios en la competitividad
comienzan a percibirse recién a partir de las elecciones celebradas en 1998,
las cuales marcan el inicio de la consolidación del “chavismo”. De esta forma,
podríamos considerar que como paso previo a una menor competitividad electoral
se dio cierto proceso de desinstitucionalización partidaria, graficado en un
aumento de la volatilidad electoral y la inestabilidad del sistema partidario.
Algunas
ideas que sirvan como conclusiones
Lo primero que debemos
mencionar es que el estudio de la (des)institucionalización de los sistemas
partidarios en democracias menos desarrolladas no está agotado. Al analizar los
cambios sistémicos en los últimos 30 años en Brasil y Venezuela destacamos
marcados cambios y unas pocas continuidades. Eso es razón suficiente para
avanzar en una agenda de investigación que tenga en cuenta el aspecto dinámico
y cambiante de los sistemas partidarios. Y que nos dé herramientas para
profundizar su estudio. Aquí intentamos aportar una idea innovadora.
En segundo lugar, ese
dinamismo de los sistemas partidarios llevó a que Brasil y Venezuela
invirtieran sus roles. Mientras que los primeros mutaron de un sistema volátil
(pre 1994) a otro estable (post 1994) sin perder el componente competitivo del
sistema, los segundos lo hicieron en sentido inverso: estable y competitivo
(pre 1993) a volátil y poco competitivo (post 1993/1998).
En tercer y último lugar, si
bien no encontramos (aún) una relación causal entre volatilidad y
competitividad electoral, sí podemos establecer puntos de contacto. Tanto en
Venezuela como en Brasil, un cambio en la volatilidad produjo efectos en los
niveles de competitividad electoral. Sin embargo, también podría ser a la
inversa: aumentos en la brecha de votos entre oficialismo y oposición puede
potenciar la volatilidad electoral.
Sobre este punto tendremos
que profundizar a futuro. Para darle otra vuelta de rosca más.
Bibliografía consultada
Basedau, Matthias y Alexander Stroh (2008) “Measuring party institutionalization in developing countries: a new
research instrument applied to 28 African political parties”, en GIGA Working Papers, N° 69, Febrero.
Campello, Daniela (2008) “Does party system institutionalization matter? Speculative
attacks and democratic responsiveness in Latin America”. Paper para Conferencia
CIDOB Institucionalización de sistemas de
los sistemas de partidos en América Latina, 20-21 de Noviembre 2008,
Barcelona.
Kornblith, Miriam y Daniel
H. Levine (1995) “Venezuela: The Life and times of the Party
System”, en Mainwaring, Scott y Timothy Scully (eds.). Building democratic institutions. Party
systems in Latin America. Stanford: Stanford University Press.
Limongi, Fernando (2006) “A democracia no
Brasil. Presidencialismo, coalizao partidária e proceso decisório”, en Novos Estudios 76, pp. 17-41.
Luna, Juan Pablo (2009) “Party
system institutionalization: the case of Chile and why we need to un-pack the
concept and its measurement”. Working paper, Columbia University, (draft version).
Mainwaring
Scott y Mariano Torcal (2005) “La institucionalización de
los sistemas de partidos y la teoría del sistema partidista después de la
tercera ola democratizadora”, en América Latina Hoy 41 (141-173).
Mainwaring,
Scott, y Edurne Zoco (2007) “Secuencias políticas y estabilización
de la competencia partidista: volatilidad electoral en viejas y nuevas
democracias”, en América Latina Hoy 46 (147-171).
Mainwaring, Scott y Timothy
Scully (eds.) (1995). Building democratic institutions. Party
systems in Latin America. Stanford: Stanford University Press.
Meneguello, Raquel (2013) “Las elecciones
brasileñas de 2010: política nacional, fragmentación partidista y coaliciones”,
en Alcántara Sáez, Manuel y María Laura Tagina (coord.) Elecciones y política en América Latina (2009-2011). México:
Instituto Federal Electoral -IFE- y Porrúa Editores.
Payne,
Mark (2006) “Sistemas de partidos y gobernabilidad
democrática”, en Payne, Mark (et. al.) (comp.). La política importa. Democracia y desarrollo en América Latina.
Washington D.C.: Banco Interamericano de Desarrollo e Instituto Internacional
para la Democracia y la Asistencia Electoral.
Pedersen, Mogens N. (1983) “Changing Patterns of Electoral Volatility in
European Party Systems: Explorations in Explanation”, en Daalder, Hans y Peter
Mair (eds.). Western European Party
Systems: Continuity and Change. Beverly Hills, CA y London: Sage.
Pereira,
Carlos y Bernardo Mueller (2002) “Comportamento Estratégico
em Presidencialismo de Coalizao: As Relacoes entre Executivo e Legislativo na
Elaboracao do Orcamento Brasileiro”, en Revista
de Ciencias Sociais, Vol. 45, N° 2, pp. 265-301.
Power, Timothy (2009) “Optimism, Pessimism, and Coalitional
Presidentialism: Debating the Institutional Design of Brazilian Democracy”, en Bulletin of Latin American Research, Vol.
29, N° 1.
Randall, Vicky y Lars Svåsand
(2002) “Party
institutionalization in new democracies”, en Party Politics, Vol. 8, N° 1, pp. 5-29.
[1] Estudiante de
Maestría en Análisis, Derecho y Gestión Electoral (UNSAM) y Candidato a Doctor
en Ciencia Política (UNSAM). Becario Doctoral CONICET, Secretario de Redacción
de Revista POSTData y Docente en Universidad de Buenos Aires y Universidad del
Salvador. Contacto: cruzfacu@gmail.com. El presente artículo
es un extracto de un trabajo de investigación presentado en el XI Congreso
Nacional de Ciencia Política.
[2] La volatilidad
electoral se calculó en base a la fórmula elaborada por Pedersen (1983).
Representa la cantidad de votos (o bancas) que cambian de partido de elección
en elección. Se computa sumando el cambio de los votos ganados o perdidos por
cada partido entre dos elecciones consecutivas y dividiéndolo por dos. Para
Presidente se tomaron en cuenta los votos, mientras que para la Cámara de
Diputados se utilizó la cantidad de bancas obtenidas en la elección dadas las
dificultades para acceder a datos fidedignos sobre votos.
[3] Para Brasil tomamos
en cuenta las siguientes elecciones: presidenciales (1989, 1994, 1998, 2002,
2006 y 2010; 6 en total) y diputados (1986, 1990, 1994, 1998, 2002, 2006 y
2010; 7 en total). Para Brasil tomamos en cuenta las siguientes elecciones:
presidenciales (1973, 1978, 1983, 1988, 1993, 1998, 2000, 2006, 2012 y 2013; 10
en total) y diputados (1973, 1978, 1983, 1988, 1993, 1998, 2000, 2005 y 2010; 9
en total).
[4] La competitividad
electoral se midió, para el cargo presidencial, restando la cantidad de votos
que obtuvo el partido ganador menos la cantidad de votos del que salió segundo.
Para la Cámara de diputados se realizó la misma cuenta, pero tomando en cuenta
la cantidad de bancas obtenidas por el partido que salió primero y el que salió
segundo.
[5] Las elecciones
legislativas del año2005 en Venezuela fueron polémicas y cuestionadas por la
decisión de parte de varios partidos políticos opositores a Hugo Chavéz de no
participar de los comicios alegando la falta de transparencia en los organismos
responsables de ordenar y administrar el proceso electoral. Como parte de esos
cuestionamientos se decidió “boicotear” las elecciones. Fuente: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_4483000/4483766.stm (consultado el
17/05/2013) y http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_4483000/4483088.stm (consultado el
17/05/2013).
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