Para
que vuela la política (que es buena) y con algo de demora, republico dos
peloteos que tuve con Doña Rosa sobre esa palabrita que tanto gusta por acá:
coaliciones. Primero sale con fritas una escrita para el portal Diagonales.com,
por invitación de Sebastián Lacalle. El original está acá. La otra sale a continuación en posteoaparte.
Porque
hacer ciencia política para divulgar está de moda.
Los
actores que supimos conseguir
Facundo
Cruz (@facucruz). Politólogo (UADE), Profesor (UBA-UTDT) y Doctor en Ciencia
Política (UNSAM). Tiene un hijo que se llama El Leviatán A Sueldo que cuida cada tanto.
La política partidaria ha
cambiado en las últimas dos décadas. En la ciencia política hemos llenado
congresos, seminarios y encuentros científicos con dos ideas centrales. La
primera es lo que nos gusta llamar desnacionalización: en cada provincia, para
cada cargo público en juego y en cada elección los electores votan distinto y
los actores no son los mismos. La segunda es que el proceso de
descentralización administrativa, fiscal y política que comenzó a mediados de
la década de los ’90 modificó las reglas que vinculan a los actores políticos.
Las provincias se volvieron importantes. Al igual que los gobernadores, sus
diputados y sus senadores. Territorio, territorio, territorio.
Ambos procesos se reforzaron
mutuamente para que hoy los actores políticos hayan apelado a una estrategia de
supervivencia propia: las coaliciones. Desde 1999 en adelante dejó de ser una
norma ver la Lista 2 y Lista 3 en el cuarto oscuro. Ahora, hay un ejercicio
constante por instalar nuevos nombres, nuevos números y nuevas siglas. La
dinámica de competencia electoral actual es coalicional. Y de
ejercicio del gobierno también.
Esta obsesión dirigencial por
el control territorial les dio a las coaliciones un componente adicional: su
construcción entre distintos niveles. Podemos pensar estos acuerdos como una House of Cards. No es la serie. Son las
cartas (los partidos) que se conectan unos con otros (arman coaliciones) y se
van apilando formando distintos niveles (municipal, provincial y nacional)
hasta llegar a la cima (la presidencia). Esto no es novedad en la política
argentina. Pero hoy podemos verlo.
Estos procesos de construcción
han tenido grados de éxito y fracaso desde el retorno a la democracia. Los cuales,
a su vez, se han vuelto más complejos para ser comprendidos. Mejor para
nosotros.
El Alfonsinismo de los ’80
fue, tal vez, la última experiencia partidaria pura, lisa, neta y llana de la
que tengamos memoria. Con lo cual queda fuera del análisis. El Menemismo, en
cambio, fue el primero ensayo innovador en esta dirección. Desde Anillaco llegó
la ampliación de la coalición peronista hacia la UCeDé, hacia los empresarios y
hacia segundas líneas de partidos menores. La victoria electoral fue de los
herederos de Perón, pero el ejercicio del gobierno fue su ampliación. El
problema devino con la sucesión, con el traslado de La Rioja a Lomas de Zamora.
La Alianza fue no solo una
palabra que llegó para quedarse sino la primera experiencia de coalición formal
que supimos conseguir. El partido centenario de la UCR junto con la década del
FREPASO despertaron tanto entusiasmo como euforia. La euforia se convirtió en
suspicacia, en descontento y en desilusión. Falló en el desbalance de peso
interno entre ambos partidos, en la imposibilidad de procesar las diferencias
naturales entre ellos, pero sobre todo en el estilo del liderazgo presidencial.
Separando la paja del trigo, quedan las personas.
La transición post-2001 nos
dejó el Kirchnerismo con la presencia de un actor dominante con centro en un
Peronismo renovado hacia la centro-izquierda, junto a nuevos actores
partidarios de signo similar. Aunque no pareciera claro a simple vista, Néstor
Kirchner, Cristina Fernández y otros imprimieron una dinámica coalicional a la
construcción de poder. No se veía, pero ahí estaba. La novedad fueron los
nuevos partidos aliados creados desde la propia estructura estatal (Kolina,
MIDES y Nuevo Encuentro, por ejemplo). El problema (y el error) fue la historia
repetida como tragedia: la sucesión. Pero esta vez, desde Calafate hasta La
Ñata.
Con Cambiemos tenemos una
experiencia sui-generis que poco se
parece a la Alianza. Que aprendió de sus errores. Y que nosotros
mismos la estamos descubriendo. Los socios han acordado una
división que es doblemente territorial y funcional. En cuanto a la primera, la
UCR se concentra en la periferia del interior, PRO y CC-ARI en la zona
metropolitana. En la segunda, PRO concentra la decisión y la estrategia
ejecutiva nacional, mientras que radicales
y lilitos sostienen el escudo
defensivo en el Congreso Nacional. Lo estamos viendo día a día. Cada cual
atiende su juego. Cada cual comete sus errores. La solución, por ahora, es
colectiva.
Este rastrillaje histórico
deja una enseñanza. ¿Qué sacamos en limpio? Las coaliciones no siempre resultan
sencillas de construir. Apilar las cartas, conectarlas y armar pisos sólidos
para los niveles superiores tiene sus dificultades. Para que se mantengan, las
reglas del juego son la clave. Pero la peculiaridad argentina es su
informalidad: ninguno de los acuerdos coalicionales analizados han alcanzado un
grado alto de formalización. Nadie tiene una birome.
El problema es que para jugar
a las cartas hay que aprender. De sus reglas y de su funcionamiento. Si no,
está el solitario. Que tiene lo propio.
Ahí viene la tentación. Saltar
de un juego a otro es lo que las desarma.
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