Bueno,
y acá viene la segunda. En el posteo anterior adelanté que venía una
tanda de dos notas sobre coaliciones estilo divulgación. Para evitar ir a
buscar café. Y para que vuelva la política. La buena política.
Invitado
por el amigo Pablo Touzon para Panamá Revista (original),
publiqué el escenario, los argumentos teóricos y los principales hallazgos
empíricos de la maldita #tesis. Acá están los datos, la carne, lo jugoso.
Cocido, a otra parte.
Para
que resistan la tentación del café, acá van las líneas. Disfruté mucho de retomarlo
unos meses después. La tenía abandonada. Doña Rosa me retó y me desafió a esto.
A ver qué les pasa.
¿Quién
arma?
Facundo Cruz
(@facucruz)
O cómo arman. O por qué arman.
En el léxico cotidiano de la realpolitik
se refiere a las listas, a las estructuras partidarias, a los dirigentes
políticos. Se hacen las primeras. Se construyen las segundas. Se encuentran los
terceros unos con otros. ¿Qué arman? Coaliciones. De eso se trata.
Hay cierto consenso para decir
que una coalición es un acuerdo entre partidos políticos que tienen objetivos
compartidos, tienen recursos para alcanzarlos y luego se reparten lo que
obtienen. Estos acuerdos son comunes en la competencia electoral y cada vez han
adquirido más relevancia en el estudio de la política latinoamericana. Sobre
este proceso político quiero desarrollar algunas ideas que forman parte del
trabajo de investigación que vengo realizando en los últimos 5 años. Acá
sintetizaré lo central. El bodoque completo está
en otro lado.
¿Por
qué hay algo para decir sobre el tema?
En primer lugar, porque
América Latina ha evolucionado en los últimos 30 años de sistemas partidarios
estables y de baja fragmentación, hacia otros menos estables y muy fragmentados.
Argentina, hoy, es un free shop de partidos políticos. La Cámara Nacional
Electoral reconoció en su
último informe un total de 39 partidos nacionales y de 660
partidos de distrito. Los primeros son los que pueden competir por el cargo de
Presidente. Los segundos son los que pueden presentar listas para diputados y
senadores nacionales en cada distrito. Sí, un montón. Y digo reconocer porque
es la justicia la que dice quién o qué es un partido, y quién o qué no lo es.
Ahí el primer incentivo para
juntarse: si hay tantos, no todos pueden ganar. En un
trabajo de reciente publicación, Paula Clerici muestra no
solo que han aumentado sostenidamente la cantidad de partidos desde el retorno
a la democracia, sino que han adoptado la estrategia coalicional como dominante,
especialmente para competir por cargos legislativos. Causa y consecuencia.
En segundo lugar, nuestra
patria se ha fragmentado en varios sellos y listas, pero también lo ha hecho de
manera diferenciada. Es lo que solemos llamar “desnacionalización”. Esto quiere
decir que hay distintos partidos en distintas provincias y que los ciudadanos,
además de todo, votan distinto. No siempre los partidos o las coaliciones
reciben la misma cantidad de votos en todas las provincias. Y no son los mismos
en todas partes. Esto quedó muy bien graficado y explicado en la
agotada obra de Ernesto Calvo y Marcelo Escolar.
“¿Qué hacer?”, dijo Lenin. En
un escenario así de caótico, las coaliciones electorales adquieren una dinámica
multinivel. Esto quiere decir que quienes compiten por la Presidencia tienen
que establecer acuerdos con varios (algunos, pocos o muchos) dirigentes
provinciales para arrastrar voluntades hacia sus candidaturas. Son los que
tienen los fierros, los que arman las estructuras, los que mueven gente. Éstos,
a su vez, se benefician de los votos que puede ganar en la competencia nacional
para meter a algún viejo socio en el Congreso, quedarse con una intendencia o
una gobernación. Es una transacción, un acuerdo cooperativo donde todos buscan
ganar. Y todos necesitan de todos.
Las coaliciones se vuelven,
así, una house of cards. Algo como lo
que se ve en la imagen. Cada nivel se va armando, construyendo los cimientos
para el nivel superior y así hasta llegar a la punta. Si arriba va bien,
derrama hacia abajo. Pero para que eso pase, tiene que haber arrastre (de
arriba hacia abajo) y empuje (de abajo hacia arriba). Todos conectados por un
objetivo.
¿Cómo
lo hacen?
Hay dos formas de encarar esta
campaña en el desierto, en la sierra, en el monte y en la llanura. Los acuerdos
cooperativos que dan formas a las coaliciones pueden hacerse por penetración territorial o por difusión territorial. Esto está tomado
de un politólogo italiano que se concentró en la formación de
partidos políticos, pero que bien aplica en estos contextos.
El primer modelo de construcción
se caracteriza por un centro político que controla todo el proceso. Aquí hay un
grupo de dirigentes que representa a una sola provincia o unas pocas, que son
quienes toman las decisiones centrales en torno a nombres, logos y
candidaturas, y que fijan las reglas de la cooperación. Además de eso, la
estructura política con la que hacen el acuerdo tiene un grado de concentración
regional alta: no está muy extendido en el territorio. Salen desde un distrito hacia el resto del país. Lo cual, en cierta medida, los obliga a
buscar aliados en la mayoría de las provincias del país.
El segundo modelo es el polo
opuesto. En este caso, los dirigentes que toman las decisiones son más
representativos de más provincias y la estructura con la que impulsan la construcción
coalicional está más diseminada. No tienen
que salir tanto porque ya están. Adicionalmente, no suele haber un grado de
control tan alto de esta mesa directiva sobre el proceso: si bien establecen
algunos criterios generales para la conformación de los acuerdos en las
provincias en torno a aliados y candidaturas, hay un mayor reparto del peso
decisor entre los líderes nacionales y los referentes provinciales.
Sería algo así.
Fuente: Elaboración
propia, diseñado para la tesis de maestría (2015) y replicado en la doctoral
(2018).
Más o menos, todo el juego
coalicional se reduce a estos dos grandes modelos de construcción. Los
responsables de encarar este proceso son los dirigentes políticos: ahí es donde
tenemos que ir a buscar la data y estudiar el fenómeno.
Claro que no todos tienen el
mismo resultado. En el fondo, son personas. Los que privilegian la penetración territorial tienden a conformar
acuerdos menos sólidos en la mayor parte de las provincias. Les cuesta mantener
a todos adentro porque algunos socios se van a otras coaliciones o, incluso, no
llegan a encontrar aliados en determinadas provincias. Y sin fierros en el
distrito, no se pueden presentar listas de diputados nacionales. En cambio, los
que siguen la difusión territorial
suelen conformar acuerdos más sólidos e inclusivos con todos sus socios dentro
o, al menos, presentando listas colectoras. Pueden presentar listas en cada
provincia. Y, en algunos casos, tienen más chances de ganar.
¿Cómo
se hicieron las coaliciones en Argentina y qué resultados tuvieron?
Para adentrarme en esta maraña
de acuerdos y desacuerdos, tuve que ir a buscar a los dirigentes. A quienes
tomaron las decisiones. A los que estuvieron detrás de todo. A los que conocen.
A quienes hicieron y deshicieron. Y con resultados productivos, pude conocer a
referentes de todas las coaliciones electorales presidenciales que compitieron
desde 1995 hasta 2015 inclusive. Les pregunté sobre cómo las hicieron, qué
reglas definieron y quiénes fueron los involucrados. Luego me fijé cuál fue el
resultado de esos acuerdos en cada una de las provincias para la competencia
por diputados nacionales. Y más o menos la cosa viene así.
Las coaliciones peronistas
oficialistas (Concertación Justicialista para el Cambio de 1999, y Frente para la
Victoria modelos 2003, 2007 y 2015) tuvieron características similares. El
candidato presidencial privilegió la carrera por Balcarce 50 y solo intervino
en su distrito de procedencia: Eduardo Duhalde lo hizo en Provincia de Buenos
Aires, Néstor Kirchner en Santa Cruz (2003) y Buenos Aires (2007), y Daniel
Scioli también en territorio bonaerense (2015). El resto de las provincias
quedó para que sean armadas por los referentes distritales del peronismo, sin injerencia relevante del
líder nacional. Cooperación.
Cristina Fernández de Kirchner
(2011) rompió con esa lógica. Concentró su decisión en una mesa directiva muy reducida,
con poco balance geográfico y de extrema confianza, dejando muy poco margen a
los líderes provinciales para el armado de las listas legislativas. Dirección. Todo
quedó tapado con su alta intención de voto, con el 54% y con la dispersión
opositora. Contexto.
Estos 5 casos, sin embargo,
lograron mantener a todos con los pies adentro del plato. Prácticamente no hubo
aliados perdidos o fuera del acuerdo. El peso de los oficialismos.
En cambio, las coaliciones
radicales tuvieron mayor variación. La Alianza con el FREPASO (1999) y la
Concertación Una Nación Avanzada con Roberto Lavagna (2007) tuvieron una mesa
directiva representativa y balanceada en términos territoriales, además de una
estructura política extendida. Ambos casos favorecieron la conformación de
coaliciones electorales bien armadas y unidas. La Unión para el Desarrollo
Social entre Ricardo Alfonsín y Francisco De Narváez (2011) fue la piedra en el
zapato del radicalismo. Quienes
tomaron las decisiones fueron unos pocos, concentrados en la Provincia de
Buenos Aires y con serias dificultades para encontrar amigos en otras
provincias. No se arma solo con el 37% del electorado.
La construcción de Cambiemos entre
UCR, PRO y CC-ARI (2015) aprendió de 1999 y 2007. Como me dijo un radical, “no había que ser dogmáticos en lo
instrumental”. El armado cambiemita
fue impulsado por una mesa directiva conformada por dirigentes de varios
distritos, aunque con una importancia destacada de la Ciudad y la Provincia de
Buenos Aires. A las limitaciones territoriales de PRO y CC-ARI colaboró la
estructura de los 100 años radicales. Y, como frutilla del postre, el esquema
decisor operó de manera cooperativa y funcional. Los partidos aportaron
dirigentes para la conformación de mesas que se encargaron de cada uno de los
ejes relevantes de campaña: las candidaturas, los programas de gobierno y el
contenido del mensaje electoral. Cada una de ellas estuvo conectada por una red
de dirigentes que funcionó como nexo entre cada equipo, con una coordinación
general en el centro. Algo sui géneris.
En un tercer grupo se ubican
las coaliciones que surgieron con fuerte impulso penetrando desde los distritos
metropolitanos. Afirmación por una República Igualitaria (2003) y Confederación
Coalición Cívica (2007) de Elisa Carrió, Movimiento Federal para Recrear el
Crecimiento (2003) de Ricardo López Murphy y el Frente Amplio Progresista
(2011) con los amigos de Hermes Binner. Los lilitos
siempre tuvieron mesas directivas con dirigentes de unas pocas provincias.
Carrió corta el bacalao. Es ella. Lograron presentar listas de diputados en
casi todos los distritos, aunque mayormente solos y sin nuevos aliados. López
Murphy fue el caso opuesto: tuvo apoyos de muchos dirigentes provinciales
(mayormente conservadores), pero no logró extender su presencia territorial. Y
casi entra en ballotage.
El FAP fue una evolución.
Quienes construyeron el acuerdo pertenecieron a varias provincias y el esquema
decisor fue balanceado en términos generales. Cada uno de ellos aportó la
estructura construida en años de militancia progresista diferenciada del kirchnerismo. Y en gran parte del país
pudieron presentar listas de diputados nacionales con diversos aliados. Pero también
los tapó el 54%.
Otro agrupamiento de
coaliciones son las peronistas disidentes, modelo clásico de penetración territorial. Me refiero a
las formadas por Alberto y Adolfos Rodríguez Saá (2003 a 2015
ininterrumpidamente), el Frente Popular de Duhalde y Mario Das Neves (2011) y
el massismo de UNA (2015). Casi todas
ellas tuvieron una cantidad de recursos políticos limitados y concentrados en
una parte del país: San Luis, Provincia de Buenos y Chubut (en menor medida).
Los resultados, en consecuencia, fueron magros.
Solo Sergio Massa se sale del
libreto. El proceso de construcción resulta muy interesante porque no solo se
inscribe dentro del modelo clásico, sino porque tuvo sus etapas. Primero, con “el Grupo de los 8”.
Posteriormente, con la ampliación de su mesa política y de crecimiento de sus apoyos
territoriales. Y, al final, al convertirse en el actor del
desempate en el tiempo de descuento que fueron las elecciones generales del
2015. Desde 2009 hasta llegar el 3° lugar del 21,39%, el mismo Massa se encargó
de encontrar en cada distrito del país un referente propio. Con estructura, con
fierros, con movilización. Aunque no parezca, él estuvo ahí.
El último lugar (pero no
adrede) es para las coaliciones del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (2011
y 2015). Al PO, PTS e Izquierda Socialista nunca le faltaron dirigentes, solo
les faltaron partidos. En el proceso de construcción que comenzó como reacción
a la reforma política del 2010, los herederos argentinos de León Trotsky se
concentraron en sobrevivir. El problema que siempre tuvo la izquierda fue la de
mantener la personería jurídica en cada provincia, lo cual resultó ser un
ejercicio diario de 24x7 para muchos de sus líderes provinciales. Motivo por el
cual, al criterio federal de contar con un referente en cada distrito se le
contrapuso la imposibilidad de poder presentar legalmente diputados nacionales
donde no tuvieran un sello propio. Porque buscar otros aliados está fuera de la
discusión.
Postfacio
Las coaliciones se arman. Son
procesos políticos que pueden ser entendidos como un castillo de naipes (house of cards): quienes tienen el
control de las cartas (los partidos políticos) van uniendo unas con otras hasta
formar una pirámide (coalición) que tiene como objetivo lograr cargos públicos
en juego (electoral) y para ello se forma en varios distritos (multinivel).
Cómo apilan esas cartas, cuántas son y hasta dónde llegan es la clave.
Quiénes lo hacen es la otra. Apilarlas,
conectarlas y armar pisos sólidos para los niveles superiores tiene sus
dificultades. El grado de autonomía con la que cuentan quienes se sientan en la
mesa es muy alto. Los intereses que a veces tienen son distintos. Y el
diagnóstico que hacen no siempre coincide. Cuando las voluntades se juntan, los
resultados brotan. Como me dijo un dirigente del PS, “el tema es que cada vez se hace más difícil encontrar a tu aliado”.
En el fondo de todo, hay dirigentes.
Sigo creyendo que esa es la
fórmula política indicada para escenarios de competencia electoral donde la
desnacionalización es una tendencia marcada, recurrente y, a veces, sostenida.
Yo creo que llegaron para quedarse. Y dudo que se vayan.
Sino, pregúntenle al FIT: “Nosotros somos más chicos. Pero vamos a
cualquier lugar con el cartelito del Frente de Izquierda y se abren las puertas”.
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