10 mayo 2018

#PanamaRevista ¿Quién arma?


Bueno, y acá viene la segunda. En el posteo anterior adelanté que venía una tanda de dos notas sobre coaliciones estilo divulgación. Para evitar ir a buscar café. Y para que vuelva la política. La buena política.

Invitado por el amigo Pablo Touzon para Panamá Revista (original), publiqué el escenario, los argumentos teóricos y los principales hallazgos empíricos de la maldita #tesis. Acá están los datos, la carne, lo jugoso. Cocido, a otra parte.

Para que resistan la tentación del café, acá van las líneas. Disfruté mucho de retomarlo unos meses después. La tenía abandonada. Doña Rosa me retó y me desafió a esto. A ver qué les pasa.

¿Quién arma?
Facundo Cruz (@facucruz)

O cómo arman. O por qué arman. En el léxico cotidiano de la realpolitik se refiere a las listas, a las estructuras partidarias, a los dirigentes políticos. Se hacen las primeras. Se construyen las segundas. Se encuentran los terceros unos con otros. ¿Qué arman? Coaliciones. De eso se trata.

Hay cierto consenso para decir que una coalición es un acuerdo entre partidos políticos que tienen objetivos compartidos, tienen recursos para alcanzarlos y luego se reparten lo que obtienen. Estos acuerdos son comunes en la competencia electoral y cada vez han adquirido más relevancia en el estudio de la política latinoamericana. Sobre este proceso político quiero desarrollar algunas ideas que forman parte del trabajo de investigación que vengo realizando en los últimos 5 años. Acá sintetizaré lo central. El bodoque completo está en otro lado.

¿Por qué hay algo para decir sobre el tema?

En primer lugar, porque América Latina ha evolucionado en los últimos 30 años de sistemas partidarios estables y de baja fragmentación, hacia otros menos estables y muy fragmentados. Argentina, hoy, es un free shop de partidos políticos. La Cámara Nacional Electoral reconoció en su último informe un total de 39 partidos nacionales y de 660 partidos de distrito. Los primeros son los que pueden competir por el cargo de Presidente. Los segundos son los que pueden presentar listas para diputados y senadores nacionales en cada distrito. Sí, un montón. Y digo reconocer porque es la justicia la que dice quién o qué es un partido, y quién o qué no lo es.

Ahí el primer incentivo para juntarse: si hay tantos, no todos pueden ganar. En un trabajo de reciente publicación, Paula Clerici muestra no solo que han aumentado sostenidamente la cantidad de partidos desde el retorno a la democracia, sino que han adoptado la estrategia coalicional como dominante, especialmente para competir por cargos legislativos. Causa y consecuencia.

En segundo lugar, nuestra patria se ha fragmentado en varios sellos y listas, pero también lo ha hecho de manera diferenciada. Es lo que solemos llamar “desnacionalización”. Esto quiere decir que hay distintos partidos en distintas provincias y que los ciudadanos, además de todo, votan distinto. No siempre los partidos o las coaliciones reciben la misma cantidad de votos en todas las provincias. Y no son los mismos en todas partes. Esto quedó muy bien graficado y explicado en la agotada obra de Ernesto Calvo y Marcelo Escolar.

“¿Qué hacer?”, dijo Lenin. En un escenario así de caótico, las coaliciones electorales adquieren una dinámica multinivel. Esto quiere decir que quienes compiten por la Presidencia tienen que establecer acuerdos con varios (algunos, pocos o muchos) dirigentes provinciales para arrastrar voluntades hacia sus candidaturas. Son los que tienen los fierros, los que arman las estructuras, los que mueven gente. Éstos, a su vez, se benefician de los votos que puede ganar en la competencia nacional para meter a algún viejo socio en el Congreso, quedarse con una intendencia o una gobernación. Es una transacción, un acuerdo cooperativo donde todos buscan ganar. Y todos necesitan de todos.

Las coaliciones se vuelven, así, una house of cards. Algo como lo que se ve en la imagen. Cada nivel se va armando, construyendo los cimientos para el nivel superior y así hasta llegar a la punta. Si arriba va bien, derrama hacia abajo. Pero para que eso pase, tiene que haber arrastre (de arriba hacia abajo) y empuje (de abajo hacia arriba). Todos conectados por un objetivo.




¿Cómo lo hacen?

Hay dos formas de encarar esta campaña en el desierto, en la sierra, en el monte y en la llanura. Los acuerdos cooperativos que dan formas a las coaliciones pueden hacerse por penetración territorial o por difusión territorial. Esto está tomado de un politólogo italiano que se concentró en la formación de partidos políticos, pero que bien aplica en estos contextos.

El primer modelo de construcción se caracteriza por un centro político que controla todo el proceso. Aquí hay un grupo de dirigentes que representa a una sola provincia o unas pocas, que son quienes toman las decisiones centrales en torno a nombres, logos y candidaturas, y que fijan las reglas de la cooperación. Además de eso, la estructura política con la que hacen el acuerdo tiene un grado de concentración regional alta: no está muy extendido en el territorio. Salen desde un distrito hacia el resto del país. Lo cual, en cierta medida, los obliga a buscar aliados en la mayoría de las provincias del país.

El segundo modelo es el polo opuesto. En este caso, los dirigentes que toman las decisiones son más representativos de más provincias y la estructura con la que impulsan la construcción coalicional está más diseminada. No tienen que salir tanto porque ya están. Adicionalmente, no suele haber un grado de control tan alto de esta mesa directiva sobre el proceso: si bien establecen algunos criterios generales para la conformación de los acuerdos en las provincias en torno a aliados y candidaturas, hay un mayor reparto del peso decisor entre los líderes nacionales y los referentes provinciales.

Sería algo así.






Fuente: Elaboración propia, diseñado para la tesis de maestría (2015) y replicado en la doctoral (2018).

Más o menos, todo el juego coalicional se reduce a estos dos grandes modelos de construcción. Los responsables de encarar este proceso son los dirigentes políticos: ahí es donde tenemos que ir a buscar la data y estudiar el fenómeno.

Claro que no todos tienen el mismo resultado. En el fondo, son personas. Los que privilegian la penetración territorial tienden a conformar acuerdos menos sólidos en la mayor parte de las provincias. Les cuesta mantener a todos adentro porque algunos socios se van a otras coaliciones o, incluso, no llegan a encontrar aliados en determinadas provincias. Y sin fierros en el distrito, no se pueden presentar listas de diputados nacionales. En cambio, los que siguen la difusión territorial suelen conformar acuerdos más sólidos e inclusivos con todos sus socios dentro o, al menos, presentando listas colectoras. Pueden presentar listas en cada provincia. Y, en algunos casos, tienen más chances de ganar.

¿Cómo se hicieron las coaliciones en Argentina y qué resultados tuvieron?

Para adentrarme en esta maraña de acuerdos y desacuerdos, tuve que ir a buscar a los dirigentes. A quienes tomaron las decisiones. A los que estuvieron detrás de todo. A los que conocen. A quienes hicieron y deshicieron. Y con resultados productivos, pude conocer a referentes de todas las coaliciones electorales presidenciales que compitieron desde 1995 hasta 2015 inclusive. Les pregunté sobre cómo las hicieron, qué reglas definieron y quiénes fueron los involucrados. Luego me fijé cuál fue el resultado de esos acuerdos en cada una de las provincias para la competencia por diputados nacionales. Y más o menos la cosa viene así.

Las coaliciones peronistas oficialistas (Concertación Justicialista para el Cambio de 1999, y Frente para la Victoria modelos 2003, 2007 y 2015) tuvieron características similares. El candidato presidencial privilegió la carrera por Balcarce 50 y solo intervino en su distrito de procedencia: Eduardo Duhalde lo hizo en Provincia de Buenos Aires, Néstor Kirchner en Santa Cruz (2003) y Buenos Aires (2007), y Daniel Scioli también en territorio bonaerense (2015). El resto de las provincias quedó para que sean armadas por los referentes distritales del peronismo, sin injerencia relevante del líder nacional. Cooperación.

Cristina Fernández de Kirchner (2011) rompió con esa lógica. Concentró su decisión en una mesa directiva muy reducida, con poco balance geográfico y de extrema confianza, dejando muy poco margen a los líderes provinciales para el armado de las listas legislativas. Dirección. Todo quedó tapado con su alta intención de voto, con el 54% y con la dispersión opositora. Contexto.

Estos 5 casos, sin embargo, lograron mantener a todos con los pies adentro del plato. Prácticamente no hubo aliados perdidos o fuera del acuerdo. El peso de los oficialismos.

En cambio, las coaliciones radicales tuvieron mayor variación. La Alianza con el FREPASO (1999) y la Concertación Una Nación Avanzada con Roberto Lavagna (2007) tuvieron una mesa directiva representativa y balanceada en términos territoriales, además de una estructura política extendida. Ambos casos favorecieron la conformación de coaliciones electorales bien armadas y unidas. La Unión para el Desarrollo Social entre Ricardo Alfonsín y Francisco De Narváez (2011) fue la piedra en el zapato del radicalismo. Quienes tomaron las decisiones fueron unos pocos, concentrados en la Provincia de Buenos Aires y con serias dificultades para encontrar amigos en otras provincias. No se arma solo con el 37% del electorado.

La construcción de Cambiemos entre UCR, PRO y CC-ARI (2015) aprendió de 1999 y 2007. Como me dijo un radical, “no había que ser dogmáticos en lo instrumental”. El armado cambiemita fue impulsado por una mesa directiva conformada por dirigentes de varios distritos, aunque con una importancia destacada de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. A las limitaciones territoriales de PRO y CC-ARI colaboró la estructura de los 100 años radicales. Y, como frutilla del postre, el esquema decisor operó de manera cooperativa y funcional. Los partidos aportaron dirigentes para la conformación de mesas que se encargaron de cada uno de los ejes relevantes de campaña: las candidaturas, los programas de gobierno y el contenido del mensaje electoral. Cada una de ellas estuvo conectada por una red de dirigentes que funcionó como nexo entre cada equipo, con una coordinación general en el centro. Algo sui géneris.

En un tercer grupo se ubican las coaliciones que surgieron con fuerte impulso penetrando desde los distritos metropolitanos. Afirmación por una República Igualitaria (2003) y Confederación Coalición Cívica (2007) de Elisa Carrió, Movimiento Federal para Recrear el Crecimiento (2003) de Ricardo López Murphy y el Frente Amplio Progresista (2011) con los amigos de Hermes Binner. Los lilitos siempre tuvieron mesas directivas con dirigentes de unas pocas provincias. Carrió corta el bacalao. Es ella. Lograron presentar listas de diputados en casi todos los distritos, aunque mayormente solos y sin nuevos aliados. López Murphy fue el caso opuesto: tuvo apoyos de muchos dirigentes provinciales (mayormente conservadores), pero no logró extender su presencia territorial. Y casi entra en ballotage.

El FAP fue una evolución. Quienes construyeron el acuerdo pertenecieron a varias provincias y el esquema decisor fue balanceado en términos generales. Cada uno de ellos aportó la estructura construida en años de militancia progresista diferenciada del kirchnerismo. Y en gran parte del país pudieron presentar listas de diputados nacionales con diversos aliados. Pero también los tapó el 54%.

Otro agrupamiento de coaliciones son las peronistas disidentes, modelo clásico de penetración territorial. Me refiero a las formadas por Alberto y Adolfos Rodríguez Saá (2003 a 2015 ininterrumpidamente), el Frente Popular de Duhalde y Mario Das Neves (2011) y el massismo de UNA (2015). Casi todas ellas tuvieron una cantidad de recursos políticos limitados y concentrados en una parte del país: San Luis, Provincia de Buenos y Chubut (en menor medida). Los resultados, en consecuencia, fueron magros.

Solo Sergio Massa se sale del libreto. El proceso de construcción resulta muy interesante porque no solo se inscribe dentro del modelo clásico, sino porque tuvo sus etapas. Primero, con “el Grupo de los 8”. Posteriormente, con la ampliación de su mesa política y de crecimiento de sus apoyos territoriales. Y, al final, al convertirse en el actor del desempate en el tiempo de descuento que fueron las elecciones generales del 2015. Desde 2009 hasta llegar el 3° lugar del 21,39%, el mismo Massa se encargó de encontrar en cada distrito del país un referente propio. Con estructura, con fierros, con movilización. Aunque no parezca, él estuvo ahí.

El último lugar (pero no adrede) es para las coaliciones del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (2011 y 2015). Al PO, PTS e Izquierda Socialista nunca le faltaron dirigentes, solo les faltaron partidos. En el proceso de construcción que comenzó como reacción a la reforma política del 2010, los herederos argentinos de León Trotsky se concentraron en sobrevivir. El problema que siempre tuvo la izquierda fue la de mantener la personería jurídica en cada provincia, lo cual resultó ser un ejercicio diario de 24x7 para muchos de sus líderes provinciales. Motivo por el cual, al criterio federal de contar con un referente en cada distrito se le contrapuso la imposibilidad de poder presentar legalmente diputados nacionales donde no tuvieran un sello propio. Porque buscar otros aliados está fuera de la discusión.

Postfacio

Las coaliciones se arman. Son procesos políticos que pueden ser entendidos como un castillo de naipes (house of cards): quienes tienen el control de las cartas (los partidos políticos) van uniendo unas con otras hasta formar una pirámide (coalición) que tiene como objetivo lograr cargos públicos en juego (electoral) y para ello se forma en varios distritos (multinivel). Cómo apilan esas cartas, cuántas son y hasta dónde llegan es la clave.

Quiénes lo hacen es la otra. Apilarlas, conectarlas y armar pisos sólidos para los niveles superiores tiene sus dificultades. El grado de autonomía con la que cuentan quienes se sientan en la mesa es muy alto. Los intereses que a veces tienen son distintos. Y el diagnóstico que hacen no siempre coincide. Cuando las voluntades se juntan, los resultados brotan. Como me dijo un dirigente del PS, “el tema es que cada vez se hace más difícil encontrar a tu aliado”. En el fondo de todo, hay dirigentes.

Sigo creyendo que esa es la fórmula política indicada para escenarios de competencia electoral donde la desnacionalización es una tendencia marcada, recurrente y, a veces, sostenida. Yo creo que llegaron para quedarse. Y dudo que se vayan.

Sino, pregúntenle al FIT: “Nosotros somos más chicos. Pero vamos a cualquier lugar con el cartelito del Frente de Izquierda y se abren las puertas”.

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